Mientras el niño autista juega con su guitarra

10 Diciembre, 2018

Por ELMER MONTAÑA

Ni a los más imaginativos guionistas de las series de televisión se les hubiera ocurrido un giro tan truculento en la historia sobre la muerte de Enrique Pizano y su hijo. El asunto estaba en que el médico Carlos Valdés, director de Medicina Legal, dio una rueda de prensa donde afirmó categóricamente que de acuerdo con el informe de los patólogos no se había encontrado restos de cianuro en los tejidos de Enrique Pizano, (que un previsivo médico había tomado del cadáver y conservado en formol), y que el deceso de su hijo fue un lamentable accidente, pero a última hora un médico patólogo, presidente del sindicato de Medicina Legal, fue entrevistado por los periodistas de Noticias Uno a quienes afirmó que el director del organismo había faltado a “la verdad científica” frente a los resultados forenses del cuerpo de Pizano.

El médico patólogo sindicalista explicó que en Medicina Legal no existe un método convalidado para detectar cianuro en tejidos conservados en formol, pues este destruye el veneno y remató diciendo que este tipo de sustancia debió buscarse en los fluidos y no en tejidos.  

Medicina Legal, es, guardadas las proporciones el CSI (Crime Scene Investigation) de la afamada serie televisiva y su director Carlos Eduardo Valdés vendría siendo en el seriado el doctor Sheldon Hawkes. Pero contrario a lo que sucede en la ficción las historias no transcurren de manera pacífica en los laboratorios forenses colombianos. Por ejemplo, a Sheldon jamás se le ha extraviado un cadáver, en cambio Valdés todavía no ha explicado que pasó con 4 difuntos que desaparecieron por arte de magia o de mafia en la sede de la morgue de Medellín.

Pero si al protagonista de CSI le hubiera sucedido un episodio de esa naturaleza alguien hubiera terminado en la cárcel, porque en eso son inexorables los libretistas gringos, en cambio en la vida real Valdés tiene a su favor que ha hecho parte del Nivel Central de la Fiscalía General de la Nación, o sea, del estrecho círculo de poder de los fiscales generales que lo han tenido como un científico intachable, incuestionable e indigno de ser investigado por la pérdida de cuerpos que al fin y al cabo iban se servir de alimento de los gusanos.  

Pero la “suerte” de Valdés tiene un precio, que por lo visto paga presionando a los médicos forenses para que produzcan sus dictámenes de acuerdo con la voluntad de su jefe, “don fiscal general”.

Con la denuncia del presidente del sindicato lo único que está claro es que nada está claro sobre la muerte de los Pizano. Las dudas no han sido despejadas sino que se han incrementado: ¿Hubo un designio criminal? ¿Quién o quienes estaban interesados en silenciar a Pizano? ¿Lo mataron para evitar que hablara con la justicia norteamericana? De haberlo hecho, ¿a quienes hubiera involucrado? ¿Con estas muertes se estaba enviando un mensaje a otros posibles colaboradores con la justicia?

El enfrentamiento entre los médicos de Medicina Legal respecto a los resultados científicos sobre las causas de la muerte de Pizano, es consecuencia del alud de lodo y basura provocado por el fiscal Martínez, empeñado en destruir hasta sus cimientos la poca credibilidad de la justicia colombiana.

Duque, quien es un niño autista, ignora el daño que el fiscal le está causando al país y considera que enviando una terna de furibundos uribistas mata tres pájaros de una pedrada: acaba con la crisis en la fiscalía y pone un fiscal ad hoc de bolsillo para que imparta impunidad, por parejo, a uribistas y santistas, como debe ser en un país donde la corrupción es lo que realmente une a los bandos en conflicto.

La estrategia de Duque cuenta con la caja de resonancia de algunos medios y columnistas especializados en apaciguar multitudes mediante distractores, empeñados en mostrar que la fiscalía ad hoc es la salvación y que en adelante basta con ponerle cuidado al díscolo y mitómano fiscal para que no se desborde y se aplique con juicio a perseguir criminales.

No han logrado captar la indignación que Martínez provoca cada vez que se para tras un atril para hablar en nombre de la fiscalía e impartir cátedra de honestidad y transparencia, motivando a los colombianos a que denuncien la corrupción.

Tamaño cinismo deja un mal sabor de boca en los espectadores, que imaginan la justicia como una especie de fortaleza donde se pertrechan sujetos perfumados que lucen enormes sotanas bajo las cuales esconden bolsillos embutidos con dinero mal habido. Para decirlo en el lenguaje de ocasión: este es el imaginario que el colectivo construye con los episodios gansteriles protagonizados por celebres administradores de justicia, incluyendo, por supuesto, a “don fiscal general”.

De nada sirve decir que la justicia se desmorona, que perdió su majestad, que ya no es creíble, que tiene nombre propio y dueños poderosos que la hicieron prisionera para abusar de ella sin remordimiento alguno.

La suerte está echada, si la Corte sigue el juego de pelota que habilidosamente propone el presidente, ducho en cabecitas y 21, perderá por mucho tiempo el poco respeto que aun infunde. Viviremos lustros con la imagen amarga de una magistratura convertida en mono de feria, obligada a bailar despacio la danza de la tranquilidad con el fango hediondo hasta las rodillas.

Los días porvenir serán definitivos en la historia de este país. Nos jugamos un futuro sin justicia, pero con magistrados, jueces y fiscales. Los que servimos al sistema y la sociedad desde el oficio de litigantes hemos visto con resignación el deterioro incontenible y veloz del Estado Social de Derecho, convertido en ruinas sin haber nacido aún. Se nos diluye en las manos el barro con el que pretendíamos darle forma a una sociedad respetuosa de los mínimos valores necesarios para sobrevivir. De las posturas absolutistas saltamos al relativismo para transcurrir por los parajes de un nihilismo agobiante, desesperanzador y absurdo.

Quien tenga algo que decir para salvarnos del caos que lo diga ahora. Esto no lo solucionamos con palabras amables y políticamente correctas, ni guardando el equilibrio en las opiniones. Nada puede ser elegante y equilibrado en un país que se va a la mierda mientras el niño autista juega con su guitarra.