Por qué llamo “matarife” a Uribe

02 Octubre, 2018

Por GONZALO GUILLÉN

Recibí una notificación de tutela. Es de Álvaro Uribe Vélez ante un juzgado de adolescentes en solicitud de que rectifique unos pocos trinos míos (y los “retuit” que he hecho de los de otras personas) en los que se expresan sucintas opiniones, cuestionamientos y burlas caricaturescas del señor en cuestión, hoy senador de la república y presidente de Colombia entre 2002 y 2010. El pedido no es para que lo haga con mis innumerables artículos de prensa y libros en los que durante los últimos 18 o 20 años me he referido a ese señor para exponer denuncias y revelaciones mías, jamás desmentidas, y citar las de otros periodistas y escritores de distintas partes del mundo.

En mis trinos me refiero a Uribe como “matarife”, expresión que tomé del gran escritor cubano-español Carlos Alberto Montaner, quien con esa misma palabra se ha referido en sus escritos al tirano Raúl Castro. Me parece que les viene como anillo al dedo tanto al sátrapa caribeño como (muy principalmente) a Uribe. Lo digo por la definición de la Real Academia de la Lengua, matarife es el que mata reses para el consumo y Uribe cría vacas con ese mismo propósito. Pero le ajusta mejor la definición del sinónimo matachín: hombre camorrista (de lo que, además, se precia). Le cae de perlas.

El pedido para que yo eventualmente rectifique por orden judicial se refiere principalmente a las referencias que hice en Twitter a Uribe Vélez con respecto al cartel de Medellín y el crimen en general, las cuales desde hace 40 años aparecen, en mayor y menor grado, en innumerables reportajes y libros de diverso tipo, entre los que cito: “Los Jinetes de la Cocaína”, de Fabio Castillo; “El señor de las sombras, biografía no autorizada de Álvaro Uribe Vélez”, de Fernando Garavito y Joseph Contreras; “Mi vida en el mundo de los Caballos”, de Fabio Ochoa Restrepo (dos tomos); “Whitewash”, de Simon Strong; “Amando a Pablo, odiando a Escobar”, de Virginia Vallejo; “Recordar es morir”, de Daniel Coronell; “A las puertas del Ubérrimo”, de Iván Cepeda y Jorge Rojas; “Por las sendas del Ubérrimo”, de Iván Cepeda y Alirio Uribe; “ChuzaDAS”, de Julián Martínez; “El Patrón del mal”, de Luis Cañón, “Paracos”, de Alfredo Serrano; “Los confidentes de la mafia”, del abogado penalista Gustavo Salazar Pineda; “Los buenos muchachos del expresidente”, de Joaquín Robles Zabala ; “Los doce Apóstoles”, de Olga Behar; “Parapolítica”, de León Valencia, Claudia López y Ariel Ávila, así como algunos míos, entre ellos “Los Confidentes de Pablo Escobar” (capítulo Política y Delito), “Los testimonios que hundieron a Santofimio” y centenares de investigaciones, notas de opinión y reportajes de otros autores, entre todos los cuales destaco, por ejemplo, “El asociado 82”, columna del periodista Yohir Akerman, publicada en El Espectador” (ver aquí), en la que se refiere al informe de 1991 elaborado por la Defense Intelligence Agency (DIA) o Agencia de Inteligencia de las Fuerzas Militares de Estados Unidos que situó a Uribe Vélez en el puesto 82 del escalafón del Cartel de Medellín cuando era comandando por su fundador, Pablo Escobar Gaviria. También está esta, “Uribe, el asesino que nos pus la mafia”, de Daniel Mendoza (ver) o esta otra, en la que en entrevista hecha por la periodista Diana López Zuleta, el jefe de sicarios de Pablo Escobar habla sobre la peligrosidad que, a su juicio, encarna Uribe Vélez (ver).

Entre mis reportajes sobre Uribe Vélez y su círculo respecto de actividades menos que irregulares, hago esta pequeñísima reseña: “Cuñada de Álvaro Uribe extraditada a EE.UU. fue operaria del ´Chapo´Guzmán” (ver); “Homenaje a Iván Velásquez” (ver), “La justicia le teme a Uribe, el Fujimori colombiano” (ver), “Santiago Apóstol” (ver); “El prófugo que llora” (ver), “El Cura de las dos biblias” (ver), “Otro testigo contra Álvaro Uribe, alias ´Tasmania´, salió en libertad provisional y recibe un ataque de sicarios” (ver) o “Corte Suprema está obligada a arrestar a Álvaro Uribe, aseveran expertos” (ver). La lista es larga y ninguna de las publicaciones aquí mencionadas jamás ha sido cuestionada, rectificada ni desmentida por nadie.

No obstante, lo único que molesta a Uribe Vélez, a juzgar por su tutela, son algunos pocos trinos míos y otros que he “retuiteado” durante los dos últimos meses, entre ellos uno que contiene un fotomontaje simpatiquísimo de alguien en el que aparece abrazado con Pablo Escobar, una relación sugerida o afirmada en cientos de miles de publicaciones, caricaturas y denuncias judiciales contra ese senador que jamás salen del congelador de la justicia.

En su escrito al juez, el abogado de Uribe sostiene que su cliente (con 300 escoltas, el Gobierno Nacional en pleno a sus órdenes, su partido político y sus fuerzas en el Congreso Nacional al acecho de quien intente acercársele) está frente a mí en “estado de indefensión”.

         En contraste, oficialmente se ha probado que fui perseguido por Uribe durante sus dos tenebrosos gobiernos por medio de la policía política DAS que intervino mis comunicaciones y me hostigó. Su secretario de prensa –hoy prófugo– llamó al diario “El Nuevo Herald”, de Miami, para el cual yo trabajaba, a solicitar que me despidieran, lo que no consiguió. Pero en esos días horrendos, Daniel Coronell y yo gozamos de un providencial y salvador respaldo por el que siempre estaremos agradecidos. Fue el de un senador demócrata de Estados Unidos que le envió una carta a Uribe exigiéndole respeto por nuestras vidas, nuestra dignidad y nuestro trabajo. Su nombre es Barack Obama.

         Uribe alega que mis trinos ­–nada más– afectan su derecho al buen nombre, sin reparar que el buen o mal nombre debe construírselo uno mismo. Pide que la justicia me “conmine” a que jamás vuelva mencionarlo en términos que él mismo considere falsos. Es decir, pide violar el artículo 20 de la Constitución Política de Colombia, según el cual, sin ninguna excepción, dispone: “No habrá censura”.

         Lo que opino en Twitter sobre Uribe, le guste o no, corresponde a mi íntima convicción y es producto de 40 años de investigar temas relacionados con él, así como de leer infinidad de escritos de autores de diversas disciplinas y muchos países. Es mi derecho, lo dijo la sentencia de una tutela mía contra Uribe, que perdí, aproximadamente en 2006. Todavía era Presidente de este país cuando una mañana se levantó con el hígado rebotado y llamó a las principales emisoras de radio para insultarme, denigrarme, calificarme de miembro de la organización terrorista FARC y sostener que mi trabajo periodístico estaba destinado a desprestigiar al país. Tutelé y la respuesta de la justicia fue, en dos instancias, que, al referirse a mí en aquellos términos, Uribe estaba ejerciendo su sagrado y libre derecho a opinar.

Derecho que desde entonces entendí perfectamente que yo también poseo por el simple principio de igualdad ante la ley.