El Sueño del prisionero

25 Octubre, 2018

Por JUAN TRUJILLO

Ocho años llevaba el señor Narciso Todahora recluido en la Prisión Transparencia. Fue condenado a cadena perpetua por haber cometido el delito de autocomplacencia. Cuando el magistrado leyó la sentencia, explicó que se imponía la pena más severa, por la reiterada conducta de prevalecer su deseo de autosatisfacción, por encima del deseo de “satisfacer al sistema”.

Se consideraba que para éste tipo de delitos contra el sistema, la mejor condena era retribuirle al infractor una sobredosis de su propia medicina. Por tanto, las autoridades diseñaron un presidio para los peores criminales, como era el caso de Narciso Todahora.

Al ser considerada la joya del régimen penitenciario por los mejores arquitectos y eruditos penalistas, Transparencia solucionó por fin el problema del hacinamiento carcelario, ya que su capacidad de recluir cómodamente a prisioneros de ambos sexos no tenía límites. Su fachada exterior consistía en una descomunal cúpula de cristal transparente, a través de la cual los guardias y ciudadanos podían observar desde afuera a los presidiarios sin ser vistos y escuchar todo cuanto decían dentro del penal. Al interior los prisioneros eran libres de reunirse y hacer lo que quisieran. Se trataba de un inmenso campo, del tamaño exacto a todas las canchas de fútbol que pudieran caber en la mente de un recluso.

Alrededor del vasto complejo solo estaba la cúpula, que vista desde el interior era un espejo negro que reflejaba la imagen de millones de presos, con la mágica propiedad de incrementar ilusoriamente su belleza física y cualidades personales.

Fue suficiente media hora luego de su reclusión en Transparencia, para que Narciso olvidara por completo que había sido confinado a una prisión. Para Narciso era fascinante saber que en pocos años había logrado en Transparencia hacerse a casi 1500 amigos, otros tantos conocidos y algunos contradictores, todos condenados a cadena perpetua. Su única obligación era exteriorizar y liberar todo su ser. No podía reservarse nada para sí, pues todo lo debía informar.

Desde que los prisioneros se despertaban debían recorrer la cárcel con un megáfono informando su deseo de «Buenos días» para todos y recitar a máximo volumen lo que pensaban, sentían, intuían, a quién amaban y odiaban, lo que les gustaba y detestaban. Los presos más antiguos informaban sobre su intimidad sexual, exhibían su desnudez, creencias, fobias, traumas, miedos, angustias, virtudes y fortalezas. Nada podía quedar reservado a la privacidad. Todo reducto íntimo de la personalidad debía informarse con altoparlante y sin cesar hasta caer la noche. Millones de voces amplificadas se entrecruzaban, todas formando una masa de iguales encadenados a expresar su libertad.

Riiiiiing. Sonó la alarma a las 5:30am y con un seco alarido Narciso despertó sudando.                                                                                 

—Qué sueño tan bizarro he tenido—, pensó. —Soñé que era un prisionero—. Pero al instante olvidó el sueño.
 
Antes de levantarse de la cama, Narciso Todahora tomó su teléfono celular y empezó a escribir: «¡Hola mundo!… Buenos días».