Polo a cielo, periodista a tierra

23 Noviembre, 2018

Por CÉSAR MUÑOZ VARGAS

«Uno escoge qué hacer con su solidaridad. La mía ni es de clase ni es gremial ni premia a quienes hacen con el periodismo relaciones públicas. […]». Héctor Rincón.

El programa periodístico tenía el nombre de un ovíparo estrigiforme y era conducido por la periodista que en los días recientes ha sido tema constante por cuenta de una etiqueta creada en la red Twitter; para algunos, muy ingeniosa; para otros, muy ofensiva. En uno de los capítulos del espacio televisivo, la moderadora tuvo como invitados al sonero cubano Polo Montañez y a la cantadora de bullerengue Petrona Martínez, ambos, voceros con sus canciones de los campesinos y los olvidados.

Una de las preguntas para los invitados que tuvo el programa fue tal como sigue: «Y ustedes, siendo tan “viejitos”, ¿a qué creen que se debe su éxito?». Más allá de la impertinencia, o de la falta de finura del interrogante, el sinsabor que dejó aquel programa fue ese asomo de desdén, esa alergia a los humildes. Un periodista que se precie de serlo no debería levitar sobre la sociedad a la cual le sirve.

Más de una década después, y en tiempos en que Bogotá era gobernada por Gustavo Petro, en el radionoticiero de la cadena cuya sigla coincide con el nombre de un molusco gasterópodo, la misma periodista, a una pregunta en la mesa de trabajo del director del programa sobre si era feliz, respondió: «Pues no, quién puede ser feliz con tantos huecos en las calles…». Alcancé a suponer, y a deducir, que para algunas personas la felicidad depende de la cantidad de huecos que les tapen.

Pero no había tal, la razón de tan fútil argumento apuntaba a encontrar un culpable en la figura del burgomaestre, con quien ya había una controversia cazada en virtud de unas decisiones de gobierno que terminaron afectando los intereses de un grupo de empresarios, entre ellos, uno que estaba ligado sentimentalmente a la periodista y económicamente con poderosos políticos de los que ella ha sido vocera, como jefe de prensa en el sector oficial o a través de los micrófonos radiales.

Desde las primeras clases en la Facultad de Periodismo se entiende que los medios de comunicación responden a intereses económicos de los empresarios que son sus dueños, que por cuenta de esa relación algunos periodistas se limitan a cuidar su puesto o se convierten en emisarios del poder, y otros, como en este caso, entran a hacer parte de él. Es decir, la función social del oficio, el compromiso con la verdad o el de estar del lado de los gobernados y no de los gobernantes, se vuelven conceptos románticos, fantasiosos o que llevan a la conclusión de que, como dijo un abogado sobre el Derecho, la ética nada tiene que ver con el periodismo.

Por esa vaguedad de voces y por esa costumbre que tienen algunos de hablar en cabina, y al aire, como si estuvieran en la sala de su casa, hace un buen tiempo dejé de amargarme las mañanas y decidí cambiar de dial; sin embargo, a través de otros canales como las redes sociales, llegan noticias de las constantes ligerezas y de las palabras con cizaña que al final calan en los oyentes de cualquier condición socioeconómica, pues hoy es discutible el concepto del target, según el cual en los barrios populares solo se escuchaba -alma bendita- a Cristóbal Américo Rivera y en los altos, a los Julios.

Entonces, las emisoras de mayor audiencia lo son porque el ejecutivo las escucha camino a su oficina, porque el taxista las sintoniza o porque al colombiano normal, el que pedalea para alcanzar a llegar al fin de mes con lo poquito que gana (si es que tiene ingresos), una de esas encopetadas voces se le puede atravesar en cualquier instante de su lucha cotidiana. Ese oyente es susceptible o no de comerse el cuento completo con la mitad de la verdad que le cuentan; o puede entrar en estado de angustia cuando una de esas mismas voces no hace más que alardear de sus mansiones en Los Rosales o en San Simón y de sus viajes constantes a Europa o Nueva York; mientras él, lo más lejos que aspira a llegar es al portal de Transmilenio, ojalá ileso.

Y no es malo que un periodista, o cualquier profesional, logren tener un nivel de vida digno. Lo discutible es que, micrófono en mano, acostumbren a pavonearse, mientras olvidan su deber primordial: el de informar, con el mayor rigor y con el mayor número posible de voces, sobre los temas que realmente le interesan al público.

Infortunadamente, y como bien se advierte en el epígrafe de esta nota, buena parte de los periodistas más vistos y más oídos, se han dedicado a hacer relaciones públicas y a trabajar paralelamente con entidades oficiales o privadas, hecho que compromete su credibilidad. ¿Cuál ha de tener aquel que calla o que no investiga sobre las irregularidades que habría detrás de una compra de buses o de la gestión de un alcalde arboricida, si al mismo tiempo es contratista del Estado o del Distrito?

Tampoco está mal ser contratista o relacionista público de empresarios o políticos, pero esa mezcla simultánea con el oficio periodístico es como pasar con leche una bandeja paisa: además de ser estéticamente rara, cae mal, es pesada. Es una combinación que no solo hacen algunos de las élites periodísticas, sino los reporteros que están expuestos a la tentación por las prebendas que les ofrecen las fuentes que cubren, a cambio de silencio o de información sesgada.

Hay periodistas que se merecen tener varios empleos y que se han ganado su derecho a ser escuchados, leídos y vistos, porque en todos los frentes desarrollan su labor con responsabilidad. Otros, en cambio, mucho abarcan y poco aprietan y terminan siendo foco de encantos y más de desencantos, y no porque alguien azuce a las hordas, sino porque ellos mismos recogen lo que siembran, tal vez, porque olvidaron lo aprendido en la universidad y los conceptos de ética y de comunicación que se inculcaban de Jesús Martín Barbero, Javier Darío Restrepo o María Teresa Herrán.

En su momento, la muerte de Polo Montañez fue anunciada por el director de la cadena radial, cuya sigla coincide con el nombre de un molusco gasterópodo, tal como sigue: «Un montón de estrellas se quedó viendo el cantante Polo Montañez luego de que su vehículo se estrellara en una carretera de Pinar del Río en Cuba…». La impertinencia y el irrespeto son contagiosos.

Polo Montañez, autor, entre muchos sones magistrales, de Un montón de estrellas, murió el 26 de noviembre de 2002, poco tiempo después de la entrevista que concedió al programa colombiano. Tenía 47 años, es decir, una edad menor que la que tiene la periodista en la actualidad. Ni era viejito él, ni es viejita ella.