Correazo a la educación

26 Noviembre, 2018

Por SANDRA ORÓSTEGUI

Las universidades públicas iniciaron protestas hace un más de un mes. En medio del paro han pasado cosas curiosas como la indiferencia de Duque al movimiento de estudiantes y profesores. Parece, sin embargo, que la actitud del presidente no es grosera, sino propia de lo que muchos colombianos piensan de la Educación, sobretodo de esos que lo eligieron a él.

Hace un par de semanas, una señora buscaba a su hijo en una de las manifestaciones de la Universidad Industrial de Santander. Le daba correazos al piso y le exigía, en medio de gritos desesperados, que saliera de la protesta. El jovencito que buscaba resultó ser estudiante de quinto semestre de esa universidad y confesó que cuando llegó a la casa la mamá lo agarró a correa.

Días después, encontré en Facebook la publicación de una madre muy preocupada porque el profesor de ciencias sociales le estaba hablando de “Petro y Uribe y tales…” a su hijo:

Me fui, entonces, a la publicación de Twitter de la señora  y las respuestas de muchos padres de familia corroboran sus preocupaciones:

Mientras leía esos comentarios, me dejé llevar por el impulso de las redes sociales y comenté: si no les gusta lo que los profesores tenemos para enseñar, pues que se aguanten a sus hijos en la casa y los “eduquen”-así, con comillas y todo.

Esa primera idea surgió de las molestias que me causa la pregunta ridícula de “¿y a hora con quién dejo a los niños?” que normalmente sale de los padres de familia mientras los profesores protestan, preparan las actividades para sus hijos o descansan.  Hasta ese momento había entendido que ellos ven la escuela como la guardería para vigilar y castigar –ninguna novedad, por supuesto.

Después, cuando empecé a criar a mi propio hijo y tuve que enfrentarme al hecho de enfrentar  un niño a la sociedad, me di cuenta de que los adultos colombianos, en general, no tienen casi ninguna conciencia de su papel como educadores. Observo con estupor que a los niños los empujan, los callan, los atropellan con sus enormes llantas y los cambian por las pantallas del omnipresente celular.

La cosa fue quedando más clara. Me pareció que para los adultos colombianos la Educación tiene un significado escolar: es un mero pasar materias; un puro responder exámenes.

Después, cuando vi los correazos de la señora santandereana y leí los mensajes de Twitter, me enteré de que los padres de familia –especialmente de “familias de bien”- tienen profundas inquietudes con la Educación. Y ahí comprendí por qué es corriente ver a los papás, en las matrículas universitarias, hacer averiguaciones, incluir materias y definir los horarios de clase de sus hijos. Por qué es común que lleguen correos electrónicos en los que un estudiante universitario dice: “profe, o me responde o me tocará ir con mi papá”.

Para los padres colombianos, las instituciones educativas son lugares que les atienden a los hijos mientras ellos trabajan duro para pagar los altos costos de las matrículas. Pagar más significa supervisar que la “ideología de género”, las “ideas socialistas”, la historia, los cánones religiosos, los problemas políticos, los movimientos culturales y los saberes científicos se traten con cui-da-di-to en el aula de clase.

Educarse en Colombia aún no es una oportunidad para salir de los horizontes cerrados en los que está delimitada la familia. Aún no es una posibilidad, para los niños y jóvenes, de decir y hacer cosas que vayan en contravía de lo que se ha dicho y creído desde siempre. Aún no es transformarse como individuo ni como sociedad.

Ante este panorama, mi sombría conclusión es que las familias colombianas, con sus actitudes retrógradas e intolerantes, representan el mayor estorbo al avance de las ideas. Así, es muy difícil que la Educación represente las transformaciones que necesita el país para salir de la tragedia en la que está. Así, es muy difícil que un presidente de la república tenga como referente cultural algo más profundo que una creación de Walt Disney.