El efecto Milei

22 Noviembre, 2023

Por ADRIANA ARJONA

La elección de Javier Milei en Argentina me hace pensar en el efecto búmeran: lo que lances volverá a ti –o en tu contra– con la misma fuerza. La pregunta es si los argentinos están preparados para recibir lo que esta decisión traerá de regreso.

Hace un par de años, cuando empecé a ver a Milei en televisión, me resultaba graciosa su presencia, su gesticulación exagerada, las frases desmedidas que se atrevía a pronunciar, la vehemencia que de él emanaba en las entrevistas. Era vistoso por lo desmadrado. Imposible no notarlo. Predecible que creciera como figura pública, mas no como futuro presidente.

Al inicio percibí a Milei como un personaje propio de un stand-up comedy. Parecía un comediante que ha decidido encarnar a un ultraderechista para despotricar contra los que ostentaron el poder en su país durante varios años. Veía a alguien que se burlaba de lo que muchos consideran sacro, que se permitía toda clase de improperios al aire, y que, con el escudo del humor y el sarcasmo, gritaba con los ojos desorbitados las cosas más políticamente incorrectas para hacer desternillar de la risa a una audiencia que estaba hasta el cuello de problemas causados por la corruptela de la clase dirigente.

Los comediantes dicen verdades inconvenientes para unos y para otros, ponen temas relevantes sobre la mesa, y llaman la atención porque se conectan con la gente a través de eso tan esencial en la vida que es la reflexión que permite el humor. El punto es que Javier Milei, aunque lo pareciera, no estaba cobrando importancia dentro de los medios por ser el protagonista de un número cómico. Lo estaban construyendo como proyecto presidencial. Y empezó a ganar seguidores más rápido de lo que muchos sospechaban.  

En los diarios se leían noticias sobre el pasado de Milei, la importancia que en su vida tenían su amado perro Conan y su hermana Karina (parece que en ese orden), los chismes sobre las decisiones que los dos tomaban a partir de las conversaciones que ella, en su condición de médium, tenía con animales vivos y muertos. La cosa, por lo delirante, hacía cada vez más ruido.

Ya en octubre del año pasado, cuando asistí a una Cumbre Mundial de Comunicación Política en Buenos Aires, escuché a varios expertos hablar sobre la conexión que Milei tenía con los jóvenes, de lo fuerte que pegaba en ellos la idea de una libertad que avanza con rabia e ímpetu frente a los frenos e injusticias instalados por un kirschnerismo que los había defraudado y les arrebataba el presente y el futuro.

Como muchos, y ante el triunfo de la ultraderecha en varios países del mundo, empecé a mirar con mayor atención a ese tal Milei, ese que decía casi a los alaridos en una entrevista que “los zurdos son una mierda, no se les puede dar un milímetro porque al zurdo le das un milímetro y lo toma para destrozarte. Vos no podés negociar con el zurdo, no se negocia con esa mierda”.

Empezaron a darle mucha pantalla y no era para menos. Alguien que se desmadra como él lo hace en cada oportunidad, se vuelve viral, es objeto de memes, se convierte en sticker que rueda rápidamente por el WhatsApp de millones.

Era imposible no verlo, sus gritos retumbaban en quien lo escuchara, y pronto hizo la fiesta entre quienes, como él, piensan que los de derecha “son mejores en todo”, como lo dijo literalmente, “somos superiores moralmente, somos superiores estéticamente”. Todo un contrasentido para un hombre que parece a punto de estallar cuando habla, la cara enrojecida, la boca gruñendo, los dientes apretados, un histrionismo desbandado, aterrador.

Pronto dejó de parecerme gracioso. Su discurso radical e incendiario empezó a provocarme terror. Más aún cuando llegó a mis manos el libro El Loco, de Juan Luis González, en el que revela asuntos bastante preocupantes sobre la estabilidad mental y emocional de Javier Milei. Al leerlo, me pareció imposible que alguien con las características de este hombre trastornado llegara a ganar la presidencia de un país como Argentina, históricamente tan ligado al psicoanálisis. Pero al comprender los negocios que se trenzaron para construirlo como político, venderlo como candidato y convertirlo en fenómeno, resulta más fácil dilucidar por qué hoy es el presidente por el que votó una mayoría ciega, que borracha aún por lo que considera un triunfo, no es capaz de ver el destino negro que le espera.

En El Loco González advertía el “thriller tragicómico”, como lo denomina en el prólogo, que enfrentaría el país austral si es que acaso llegaba a ganar Milei, cosa que al editarse el libro aún ponía como una oscura e inquietante pregunta: “¿Qué pasa si en un país inestable aparece un líder inestable?”.

Hoy, parece mentira, o un mal chiste, pero ganó la presidencia de uno de los países más grandes de América Latina, el hombre que, de acuerdo al autor del libro, dice haber lanzado su candidatura después de que el “número 1”, es decir, dios, le enviara con su hermana, la médium, un mensaje a través de su perro muerto. ¿A quién pondrá Milei de ministros? Quizá a los cuatro perros clonados de su amado Conan.

Parece mentira, o un mal chiste, que en un país donde el voto es obligatorio, la mayoría elija a un ser que experimenta alucinaciones visuales y auditivas, y saluda –en medio de una reunión– a un economista que hace años pasó a mejor vida. Eso me lo contó antes de elecciones, en Buenos Aires, un renombrado estratega político que estuvo reunido con Milei, quien, cada tanto, saludaba al vacío, asegurando que por ahí andaba Milton Friedman. ¿Se puede creer? Un candidato presidencial puede estar trastornado, pero, ¿cómo podría denominarse al 55% de votantes que lo eligieron?

Parece mentira, o un pésimo chiste, y de muy mal gusto, que aunque siguen apareciendo hijos e hijas que fueron arrebatados de los brazos de sus padres o de los vientres de sus madres para ser entregados a personas sin corazón ni escrúpulos, Argentina elija a un hombre como Milei y a su fórmula vicepresidencial; justamente a las dos personas que hablan de las Madres de la Plaza de Mayo como un grupo de mujeres histéricas, que ha hecho demasiado alboroto por muy poca cosa. Parece mentira. Duele que millones de argentinos lo olviden tan pronto, que nieguen la evidencia, que no sientan terror de volver a vivir el infierno que tantas familias atravesaron.

Parece mentira, o un pésimo chiste, que la vice de Milei salga a pedir la libertad de personas que cometieron crímenes de lesa humanidad durante la dictadura militar. Lo hace al tiempo que la película “Argentina, 1985” retrata el Juicio a las Juntas Militares, gana importantes premios y es aplaudida por el mundo entero. Y es que no aplaudimos solamente un filme: nos poníamos de pie ante un país con gente ética y responsable, capaz de sacar a la luz la verdad y hacer justicia para quienes pusieron los muertos, los secuestrados, los torturados, los desaparecidos.

Pero hasta el número de desaparecidos durante la dictadura es cuestionado por Milei y su equipo. Niegan que hayan sido 30.000, se burlan, se mofan, pretenden hacer ver a los 8.000 que ellos tienen en sus cuentas con algo 22.000 veces menos grave.

Parece mentira. O un mal chiste. Pero eso fue lo que ganó. Y si bien Massa no era un candidato creíble ni fuerte, pues es difícil darle crédito a un hombre que ejerce como Ministro de Economía de un país con una inflación desbocada, en un gobierno desastroso, como el de Alberto Fernández, al menos no habla con dios a través de su perro muerto, lo cual ya es mucho, dadas las circunstancias.

La gente rechaza a Alberto Fernández porque, entre muchos desaciertos, aceptó sin chistar la deuda con el FMI, dinero que se perdió como mercurio entre los dedos de Macri y sus compinches. Sin embargo, ese pueblo rabioso votó por Milei, quien recibió el apoyo del mismísimo Macri. ¿No lo hace esto parte de esa “casta” infecta que tanto criticaba en campaña? ¿Cómo explica Milei esta grosera asociación con uno de los expresidentes más corruptos que ha pasado por la Casa Rosada? ¿Va a combatir la corrupción de la mano de los corruptos?

Ya elegido, Milei habla de privatizar todo lo que se pueda. Pronto se enterarán los argentinos de lo que esto significa para su diario vivir; pagar la educación que hoy es gratuita, por ejemplo, lo que hará cada vez más difícil la movilización social que es ya una utopía. Entenderán a golpes que dolarizar no es tan fácil, ni tan bueno, para el bolsillo de los que menos tienen, como inocentemente piensan. Y verán lo que significa que China y Brasil salgan del escenario comercial. 

Y cuando el circo de Milei les parezca una locura, cuando despierten del sueño surreal que les vendieron los medios, cuando comprendan que el estallido de la canción de los Bersuit Vergarabat, cuyos derechos de autor fueron usurpados por Milei en su campaña, es una realidad que nadie querría, pretenderán sublevarse y entonces, ojalá me equivoque, vendrá la represión.

El pasado domingo no ganó Milei. Ganó el desequilibrio sobre la razón. Ganó la ignorancia frente a la inteligencia. Ganó la rabia frente a la cabeza fría. Ganó la intolerancia por encima de la unión. Los insultos se llevaron por delante al diálogo.

El pasado domingo, en Argentina, ganaron los medios, que presentan como opción a un desequilibrado. Ganó la casta, la de Macri, la del Fondo Monetario Internacional, la que le conviene a Wall Street y a Washington.

El pasado domingo ganaron las redes sociales, capaces ahora de manipular con estúpidos videos y memes las decisiones más importantes de la vida de las personas y los destinos de los países.

El pasado domingo no ganó Milei: perdieron los argentinos. Y somos muchos los que lloramos por ellos y ellas. Lloramos incluso antes de que el búmeran que lanzaron regrese con la misma fuerza con que lo arrojaron y les rompa los dientes a todos.